lunes, 10 de enero de 2022

A una mendiga pelirroja | Charles Baudelaire

 Blanca muchacha de cabellos rojizos,

cuyos agujeros del vestido
dejan ver la pobreza
y la hermosura,

Para mí, poeta taciturno,
tu joven cuerpo enfermizo,
lleno de pecas,
tiene su dulzura.

Tú usas con más encanto
que una novelesca reina
su calzado1 de terciopelo,
tus pesados zuecos.

Que en lugar de un harapo corto,
un soberbio traje de corte
arrastre pliegues largos y rumorosos
sobre tus talones;

Que en lugar de medias rotas
los lascivos observen
que una daga en tu pierna
reluce también;

Que los nudos desabrochados
revelen a nuestros pecados
tus bellos senos, radiantes
como unos ojos;

Que para desnudarte
tus brazos se hagan de rogar
y rechaces los de pronto amotinados
dedos de los duendes,

Perlas de bellas aguas,
versos del maestro Belleau2
que tus galanes rendidos
te ofrecerían sin cesar,

Chusma de rimadores
ofreciéndote sus primores
y contemplando tu zapato
bajo la escalera,

Más de un paje enamorado del azar,
más de un señor y más de un Ronsard3
espiarían con divertimento
tu frío escondite.

En tu lecho contarías
más besos que lirios
y ordenarías bajo tus leyes
¡más de un Valois

– Sin embargo vas mendigando
algún viejo resto tirado
en el umbral de un Véfour
de una encrucjijada;

Tú vas buscando en el suelo
joyas muy baratas
que yo no podría, ¡oh! ¡perdón!
regalarte.

Ve, pues, sin más adornos,
perfumes, piedras, diamantes,
que tu magra desnudez
¡oh bella mía!

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