La escucha tiene una dimensión política. Es una acción, una participación activa en la existencia del otros, y también en sus sufrimientos. Es lo único que enlaza e intermedia entre hombres para que ellos configuren una comunidad. Hoy oímos muchas cosas, pero perdemos cada vez más la capacidad de escuchar a otros y de atender a su lenguaje y a su sufrimiento.
En el futuro habrá posiblemente, una profesión que se llamará oyente. A cambio de pago, el oyente escuchará a otro atendiendo a lo que dice. Acudiremos al oyente porque, a parte de él, apenas quedará nadie más que nos escuche. Hoy perdemos cada vez más la capacidad de escuchar. Lo que hace difícil escuchar es sobretodo la creciente focalización en el ego, el progresivo narcisismo de la sociedad. Narcisismo no responde a la amorosa voz de la ninfa Eco, que en realidad será la voz del otro. Así es cómo se degrada hasta convertirse en repetición de la voz propia.
Escuchar no es un acto pasivo. Se caracteriza por una actividad peculiar. Primero tengo que dar la bienvenida al otro, es decir, tengo que afirmar al otro en su alteridad.
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