Carminum IV, 1 (Venus tardía)
[Poema - Texto completo.]
Horacio
¿Mueves de nuevo guerras, Venus
después de paz tan prolongada? Déjame, te lo ruego, te lo ruego. Ya no soy como era bajo el reinado de la buena Cinara. Cesa, madre cruel de los dulces Cupidos, de ablandar con tu suave imperio a un hombre endurecido de cerca de diez lustros. Vete adonde te llaman los tiernos ruegos de los jóvenes. Más a tono será que, en alas de purpúreos cisnes, te llegues a la casa de Paulo Máximo, si buscas abrasar un corazón idóneo; pues él es noble, bello y elocuente en favor de los nerviosos reos, joven de mil habilidades, y llevará muy lejos las enseñas de tu milicia. Y, si alguna vez es más fuerte que el pródigo rival y puede reírse de sus regalos, cerca de los lagos Albanos, te erigirá una estatua de mármol bajo un techo de limonero. Aspirarás allí mucho incienso, y te deleitarán liras y flautas Berecintias con sus sones mezclados, y la siringa. Allí, dos veces en el día, niños y tiernas vírgenes, alabando tu divinidad, golpearán tres veces el suelo con blanco pie, según el rito Salio. A mí ya no me agradan mujer ni niño, ni crédula esperanza de amor mutuo, ni disputar por vino, ni ceñir mis sienes con las flores nuevas. Pero, ¡ay!, ¿por qué, por qué, Ligurino, corre una lágrima furtiva por mis mejillas? ¿Por qué un poco elegante silencio paraliza mi lengua y mi elocuencia? En mis nocturnos sueños imagino que te tengo, que te persigo a ti, que vuelas por la hierba del campo Marcio, que te persigo a ti, cruel, por el agua inconstante. |
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